
Algún día se le hará un museo a ese útil instrumento de
trabajo
¿Qué cosa es ésta, licenciado?,- me preguntó el joven abogado Oswaldo Enríquez
Cabrera al advertir sobre la mesita del despacho una rueda de pequeñas
dimensiones.
-Es el carrete de una cinta para máquina de escribir. Antiguamente, cuando no
había computadoras, ese aparato era un implemento indispensable en las oficinas
de todo el mundo. Y sin la cinta entintada la máquina no imprimía los escritos.
Esa sencilla pregunta me trajo un sinnúmero de recuerdos de cuando en 1966
comencé a trabajar como escribiente en la Secretaría Penal o de Defensa Social
del Tribunal Superior de Justicia del Estado. El local estaba dotado de dos
máquinas de escribir que tenían alrededor de 30 años de servicio.
Esos artefactos, fabricados con hierro, hule y acero, eran unos dispositivos
mecánicos con un conjunto de teclas o tipos que al ser presionados imprimían
caracteres en un papel. Mi máquina de escribir preferida era la Remington, con
la que aprendí mecanografía en la Academia de doña María Cárdenas Berny y luego
en el hogar paterno.
Cuando inicié mis labores en el Tribunal Superior de Justicia, este Cuerpo
Colegiado tenía una dotación de esos dispositivos de las marcas Smith-Corona,
Royal, Underwood y otras que no recuerdo, con una presentación y teclado
estandarizados. Sólo había una muy antigua, marca Oliver, que, por la
colocación de sus tipos, al utilizarla remedaba los pasos de una araña.
En ese entonces era muy cómodo trabajar con esos útiles instrumentos. Y mucho
más si comparábamos lo escrito con esos artificios y la escritura manuscrita
que se hacía antes.
El uso de las máquinas de escribir le dio velocidad a la redacción de nuestros
trabajos. Además, los escritos tenían mejor presentación y eran más fáciles de
leer y entender que los elaborados a mano.
Teníamos la ventaja de que a la hoja donde escribiríamos podíamos ponerle algunos
pliegos de papel carbón y papel “cebolla” y de esa manera obtener varias copias
de nuestro trabajo. Las copias fotostáticas aparecieron muchísimos años
después.
A finales de los años 50 del pasado siglo el material empleado para la
fabricación de las máquinas de escribir fue el plástico, con tipos o letras de
metal. Esos enseres eran más ligeros, pero menos sólidos y duraderos, a más de
que la velocidad de escritura disminuyó; pero los productos eran más baratos
que los de puro metal. Las principales marcas de las máquinas de plástico
fueron Olivetti, Brother y Canon.
Las máquinas eléctricas se fabricaron una década después; constituyeron un
avance considerable en la tecnología. Los escritos ganaron en velocidad y
presentación. Las compañías IBM, Remington Rand y Olympia dominaron el mercado
de estas herramientas tan necesarias para el trabajo intelectual.
A fines de los años 80 del mismo siglo aparecieron las primeras computadoras
que desplazaron totalmente a las máquinas de escribir, al grado de que, según
información de Wikipedia, la última fábrica de máquinas de escribir cerró sus
puertas en 2011.
Para recordarlo con agradecimiento, algún día se le hará un museo a ese útil
instrumento de trabajo.